sábado, 18 de febrero de 2017

50 Sombras mas Oscuras bolas chinas Fifty Shades Darker


Esta escena de la película es una mezcla de dos escenas de los libros, parte de 50 Sombras mas Oscuras y parte de 50 Sombras de Grey.
Las lectoras ya sabemos que Anastasia si sabe lo que son esas bolas porque ya las usó en el primer libro, ahí es donde ella las chupa no en el segundo, también sabe que le gusta que le de unos azotes cuando las usa.
En el libro ella no dura toda la fiesta con las bolas puestas, se las quita en el baño, aún así sigue frustrada, claro que la fiesta dura mucho más de lo que aparece en la película.
Se dice que en la primera película iba la escena de las bolas chinas, finalmente no se puso, cosa que las lectoras echamos de menos, sería por censura.
Personalmente me ha gustado bastante la mezcla que han echo porque se echaba de menos los azotes con las bolas y lo de atarle las manos con la pajarita... Os dejo los videos y la escena completa del libro de 50 Sombras más Oscuras.
A disfrutar.



—¿Puedo ayudarle, señor Grey? Deduzco que su visita tiene otro objetivo, aparte de mirarme embobado…


 —Estoy disfrutando bastante de la fascinante visión, señorita Steele, gracias —comenta turbadoramente, y da un paso más, arrobado—. Recuérdame que le mande una nota personal de agradecimiento a Caroline Acton. 
Tuerzo el gesto. ¿Quién demonios es esa? 
—La asesora personal de compras de Neiman —contesta como si me leyera el pensamiento. 
—Ah.
 —Estoy realmente anonadado. 
—Ya lo veo. ¿Qué quieres, Christian? —pregunto, dedicándole mi mirada displicente.
 Él contraataca con su media sonrisa y saca las bolas de plata del bolsillo, y me quedo petrificada. ¡Santo Dios! ¿Quiere azotarme? ¿Ahora? ¿Por qué?
 —No es lo que piensas —dice enseguida. 
—Acláramelo —musito. 
—Pensé que podrías ponerte esto esta noche. 
Y todas las implicaciones de la frase permanecen suspendidas entre nosotros mientras voy asimilando la idea.
 —¿A la gala benéfica? Estoy atónita. 
Él asiente despacio y sus ojos se ensombrecen. Oh, Dios. 
—¿Me pegarás después?
 —No. 
Por un momento siento una leve punzada de decepción. Él se ríe. 
—¿Es eso lo que quieres? Trago saliva. No lo sé. 
—Bueno, tranquila que no voy a tocarte de ese modo, aunque me supliques. 
Oh. Esto es nuevo.
—¿Quieres jugar a este juego? —continúa, con las bolas en la mano—. Siempre puedes quitártelas si no aguantas más. 
Le fulmino con la mirada. 
Está tan increíblemente seductor: un tanto descuidado, el pelo revuelto, esos ojos oscuros que dejan traslucir pensamientos eróticos, esa boca maravillosamente esculpida, y esa sonrisa tan sexy y divertida en los labios. 
—De acuerdo —acepto en voz baja. ¡Dios, sí! La diosa que llevo dentro ha recuperado la voz y grita por las esquinas. 
—Buena chica. —Christian sonríe—. 
Ven aquí y te las colocaré, cuando te hayas puesto los zapatos. ¿Los zapatos? Me giro para mirar los zapatos de ante gris perla de tacón alto, que combinan con el vestido que he elegido. ¡Síguele la corriente! 
Extiende la mano para ayudarme a mantener el equilibrio mientras me pongo los zapatos Christian Louboutin, un robo de tres mil doscientos noventa y cinco dólares. Ahora debo de ser unos diez centímetros más alta que él. Me lleva junto a la cama pero no se sienta, sino que se dirige hacia la única silla de la habitación. La coge y la coloca delante de mí.
 —Cuando yo haga una señal, te agachas y te apoyas en la silla. ¿Entendido? —dice con voz grave. 
—Sí. 
—Bien. Ahora abre la boca —ordena, sin levantar la voz. 
Hago lo que me dice, pensando que va a meterme las bolas en la boca otra vez para lubricarlas. Pero no, desliza su dedo índice entre mis labios. Oh… 
—Chupa —dice. 
Me inclino hacia delante, le sujeto la mano y obedezco. Puedo ser muy obediente cuando quiero. Sabe a jabón… mmm. Chupo con fuerza, y me reconforta ver que abre los ojos de par en par, separa los labios y aspira. Creo que ya no necesitaré ningún tipo de lubricante. Se mete las bolas en la boca mientras le rodeo el dedo con la lengua y le practico una felación. Cuando intenta retirarlo, le clavo los dientes. Sonríe y mueve la cabeza con gesto reprobatorio, de manera que le suelto. Hace un gesto con la cabeza, y me inclino y me agarro a ambos lados de la silla. Aparta mis bragas a un lado y me mete un dedo muy lentamente, haciéndolo girar despacio, de manera que lo siento en todo mi cuerpo. No puedo evitar que se me escape un gemido. Retira el dedo un momento y, con mucha suavidad, inserta las bolas una a una y empuja para meterlas hasta el fondo. En cuanto están en su sitio, vuelve a colocarme y ajustarme las bragas y me besa el trasero. Desliza las manos pormis piernas, del tobillo a la cadera, y besa con ternura la parte superior de ambos muslos, a la altura de las ligas.















—Tienes unas bonitas piernas, señorita Steele —susurra. 
Se yergue y, sujetándome las caderas, tira hacia él para que note su erección. 
—Puede que cuando volvamos a casa te posea así, Anastasia. Ya puedes incorporarte. Siento el peso de las bolas empujando y tirando dentro de mí, y me siento terriblemente excitada, mareada. Christian se inclina detrás de mí y me besa en el hombro.  

—No tenemos mucho tiempo, Anastasia, y tal como me siento ahora mismo, no necesitaremos mucho. Date la vuelta. Deja que te quite el vestido. —Yo me giro, mirando hacia la puerta, y agradezco que haya echado el pestillo. Él se inclina y me susurra al oído—: Déjate la máscara. 
Yo respondo con un gemido, y mi cuerpo se tensa. Él sujeta la parte de arriba de mi vestido, desliza los dedos sobre mi piel y su caricia resuena en todo mi cuerpo. Con movimiento rápido abre la cremallera. Sosteniendo el vestido, me ayuda a quitármelo, luego se da la vuelta y lo deja con destreza sobre el respaldo de la silla. Se quita la chaqueta, la coloca sobre mi vestido. Se detiene y me observa un momento, embebiéndose de mí. Yo me quedo en ropa interior y medias a juego, deleitándome en su mirada sensual. 
—¿Sabes, Anastasia? —dice en voz baja mientras avanza hacia mí y se desata la pajarita, de manera que cuelga a ambos lados del cuello, y luego se desabrocha los tres botones de arriba de la camisa—. Estaba tan enfadado cuando compraste mi lote en la subasta que me vinieron a la cabeza ideas de todo tipo. Tuve que recordarme a mí mismo que el castigo no forma parte de las opciones. Pero luego te ofreciste. —Baja la vista hacia mí a través de la máscara —. ¿Por qué hiciste eso? —musita. 
—¿Ofrecerme? No lo sé. Frustración… demasiado alcohol… una buena causa —musito sumisa, y me encojo de hombros. ¿Quizá para llamar su atención? En aquel momento le necesitaba. Ahora le necesito más. El dolor ha empeorado y sé que él puede aliviarlo, calmar su rugido, y la bestia que hay en mí saliva por la bestia que hay en él. Christian aprieta los labios, ahora no son más que una fina línea, y se lame despacio el labio superior. Quiero esa lengua en mi interior.
 —Me juré a mí mismo que no volvería a pegarte, aunque me lo suplicaras. 
—Por favor —suplico. —Pero luego me di cuenta de que en este momento probablemente estés muy incómoda, y eso no es algo a lo que estés acostumbrada. Me sonríe con complicidad, ese cabrón arrogante, pero no me importa porque tiene toda la razón.
 —Sí —musito. —Así que puede que haya cierta… flexibilidad. Si lo hago, has de prometerme una cosa. 
—Lo que sea. 
—Utilizarás las palabras de seguridad si las necesitas, y yo simplemente te
haré el amor, ¿de acuerdo?
—Sí. Estoy jadeando. 
Quiero sus manos sobre mí. Él traga saliva, luego me da la mano y se dirige hacia la cama. Aparta el cobertor, se sienta, coge una almohada y la coloca a un lado. Levanta la vista para verme de pie a su lado, y de pronto tira fuerte de mi mano, de manera que caigo sobre su regazo. Se mueve un poco hasta que mi cuerpo queda apoyado sobre la cama y mi pecho está encima de la almohada. Se inclina hacia delante, me aparta el pelo del hombro y pasa los dedos por el penacho de plumas de mi máscara.
 —Pon las manos detrás de la espalda —murmura. 
¡Oh…! Se quita la pajarita y la utiliza para atarme rápidamente las muñecas, de modo que mis manos quedan atadas sobre la parte baja de la espalda.
 —¿Realmente deseas esto, Anastasia? Cierro los ojos. 
Es la primera vez desde que le conozco que realmente quiero esto. Lo necesito.
 —Sí —susurro. 
—¿Por qué? —pregunta en voz baja mientras me acaricia el trasero con la palma de la mano. 
Yo gimo en cuanto su mano entra en contacto con mi piel. No sé por qué… Tú me dijiste que no pensara demasiado. Después de un día como hoy… con la discusión sobre el dinero, Leila, la señora Robinson, ese dossier sobre mí, el mapa de zonas prohibidas, esta espléndida fiesta, las máscaras, el alcohol, las bolas de plata, la subasta… deseo esto. —¿He de tener un motivo?
 —No, nena, no hace falta —dice—. Solo intento entenderte.
Su mano izquierda se curva sobre mi cintura, sujetándome sobre su regazo, y entonces levanta la palma derecha de mi trasero y golpea con fuerza, justo donde se unen mis muslos. Ese dolor conecta directamente con el de mi vientre. Oh, Dios… gimo con fuerza. Él vuelve a pegarme, exactamente en el mismo sitio. Suelto otro gemido. 
—Dos —susurra—. Con doce bastará. ¡Oh…! 
Tengo una sensación muy distinta a la de la última vez: tan carnal, tan… necesaria. Christian me acaricia el culo con los largos dedos de sus manos, y mientras tanto yo estoy indefensa, atada y sujeta contra el colchón, a su merced, y por mi propia voluntad. Me azota otra vez, ligeramente hacia el costado, y otra, en el otro lado, luego se detiene, me baja las medias lentamente y me las quita. Desliza suavemente otra vez la palma de la mano sobre mi trasero antes de seguir golpeando… cada escozor del azote alivia mi anhelo, o lo acrecienta… no lo sé. Me someto al ritmo de los cachetes, absorbiendo cada uno de ellos, saboreando cada uno de ellos.
—Doce —murmura en voz baja y ronca. 
Vuelve a acariciarme el trasero, baja la mano hasta mi sexo y hunde lentamente dos dedos en mi interior, y los mueve en círculo, una y otra y otra vez, torturándome. Lanzo un gruñido cuando siento que mi cuerpo me domina, y llego al clímax, y luego otra vez, convulsionándome alrededor de sus dedos. Es tan intenso, inesperado y rápido…
 —Muy bien, nena —musita satisfecho. Me desata las muñecas, manteniendo los dedos dentro de mí mientras sigo tumbada sobre él, jadeando, agotada. —Aún no he acabado contigo, Anastasia —dice, y se mueve sin retirar los dedos. 
Desliza mis rodillas hasta el suelo, de manera que ahora estoy inclinada y apoyada sobre la cama. Se arrodilla en el suelo detrás de mí y se baja la cremallera. Saca los dedos de mi interior, y escucho el familiar sonido cuando rasga el paquetito plateado. 
—Abre las piernas —gruñe, y yo obedezco. Y, de un golpe, me penetra por detrás.
 —Esto va a ser rápido, nena —murmura, y, sujetándome las caderas, sale de mi interior y vuelve a entrar con ímpetu. 
—Ah —grito, pero la plenitud es celestial. Impacta directamente contra el vientre dolorido, una y otra vez, y lo alivia con cada embestida dura y dulce. 
La sensación es alucinante, justo lo que necesito. Y me echo hacia atrás para unirme a él en cada embate.
 —Ana, no —resopla, e intenta inmovilizarme. 
Pero yo le deseo tanto que me acoplo a él en cada embestida. 
—Mierda, Ana —sisea cuando se corre, y el atormentado sonido me lanza de nuevo a una espiral de orgasmo sanador, que sigue y sigue, haciendo que me retuerza y dejándome exhausta y sin respiración. 
Christian se inclina, me besa el hombro y luego sale de mí. Me rodea con sus brazos, apoya la cabeza en mitad de mi espalda, y nos quedamos así, los dos arrodillados junto a la cama. ¿Cuánto? ¿Segundos? Minutos incluso, hasta que se calma nuestra respiración. El dolor en el vientre ha desaparecido, y lo que siento es una serenidad satisfecha y placentera. 

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