jueves, 16 de febrero de 2017

50 Sombras mas Oscuras en el ascensor, ¡Quitátelas!


Una cena para celebrar el ascenso de Ana, Christian le pide que se quite las bragas y la tortura sin tocarla y provocándola durante toda la comida, pero tiene planes para ella... 
Momento bastante morboso, os dejo la escena completa del libro y el video.

Mientras esperamos el ascensor, se unen a nosotros dos parejas de mediana edad. Cuando se abren las puertas, Christian me coge del codo y me lleva hasta el fondo. Yo echo un vistazo alrededor: estamos rodeados de espejos negros con los vidrios ahumados. 
Cuando entran las otras parejas, un hombre con un traje marrón muy poco favorecedor saluda a Christian.


 —Grey —asiente educadamente. 
Christian le devuelve el saludo, pero sin decir nada. Las parejas se sitúan delante de nosotros de cara a las puertas del ascensor. 
Es obvio que son amigos: las mujeres charlan en voz alta, animadas y alborotadas después de la cena. Me parece que están un poco achispadas. 
Cuando se cierran las puertas, Christian se agacha un momento a mi lado para anudarse el zapato. Qué raro: no lo tiene desatado. Discretamente me pone una mano sobre el tobillo, sobresaltándome, y cuando se levanta hace que esa mano ascienda rápidamente por mi pierna, deslizándola de un modo delicioso sobre mi piel —uau— hasta arriba. Y cuando la mano llega a mi trasero, tengo que reprimir un jadeo de sorpresa. Christian se coloca detrás de mí. 
Ay, Dios. Me quedo boquiabierta mirando a las personas que tenemos delante, contemplando la parte de atrás de sus cabezas. Ellos no tienen ni idea de lo que estamos a punto de hacer. Christian me rodea la cintura con el brazo libre, colocándome en posición mientras sus dedos, me exploran. ¡Madre mía…!, ¿aquí? El ascensor baja con suavidad y se para en el piso cincuenta y tres para que entre más gente, pero yo no presto atención. Estoy concentrada en cada movimiento que hacen sus dedos. Primero en círculo… y luego avanzando, buscando, mientras nos ponemos en marcha otra vez.
 Cuando sus dedos alcanzan su objetivo, reprimo otra vez un jadeo. Me retuerzo y gimo. ¿Cómo puede hacer esto con toda esa gente aquí?
 —Estate quieta y callada —me advierte, susurrándome al oído.
 Estoy acalorada, ardiente, anhelante, atrapada en un ascensor con siete personas, seis de ellas ajenas a lo que ocurre en el rincón. Desliza el dedo dentro y fuera de mí, una y otra vez. Mi respiración… Dios, resulta tan embarazoso. Quiero decirle que pare… y que continúe… que pare. Y me arqueo contra él, y él tensa el brazo que me rodea, y siento su erección contra mi cadera. 
Nos paramos en el piso cuarenta y cuatro. ¿Oh… cuánto va a durar esta tortura? Dentro… fuera… dentro… fuera. Sutilmente, me aferro a su dedo persistente. ¡Después de todo este tiempo sin tocarme, escoge hacerlo ahora! ¡Aquí! Y eso me hace sentir tan… lujuriosa. 
—Chsss —musita él, con aparente indiferencia cuando entran dos personas más.
El ascensor empieza a estar abarrotado. Christian nos desplaza a ambos más al fondo, de modo que ahora estamos apretujados contra el rincón; me coloca en posición y sigue torturándome. Hunde la nariz en mi cabello. Si alguien se molestara en darse la vuelta y viera lo que estamos haciendo, estoy segura de que nos tomaría por una joven pareja de enamorados haciéndose arrumacos… Y entonces desliza un segundo dedo en mi interior. 
¡Ah! Gimo, y agradezco que el grupo de gente que tenemos delante siga charlando, totalmente ajeno. Oh, Christian, qué estás haciendo conmigo… Apoyo la cabeza en su pecho, cierro los ojos y me rindo a sus dedos implacables. 
—No te corras —susurra—. Eso lo quiero para después. 
Pone la mano abierta sobre mi vientre, aprieta ligeramente, y sigue con su dulce acoso. La sensación es exquisita. 
Finalmente el ascensor llega a la planta baja. Las puertas se abren con un tintineo sonoro y los pasajeros empiezan a salir casi al instante. Christian retira lentamente los dedos de mi interior, y me besa la parte de atrás de la cabeza. Me giro para mirarle y está sonriendo, volviendo a saludar con una inclinación de cabeza al señor del traje marrón poco favorecedor, que le devuelve el gesto y
sale del ascensor con su esposa. Yo apenas soy consciente de todo ello, concentrada en mantenerme erguida y controlar los jadeos. Dios, me siento dolorida y desamparada. Christian me suelta y deja que me aguante por mi propio pie, sin apoyarme en él. 
Me doy la vuelta y le miro fijamente. Parece relajado, sereno, con su compostura habitual… Esto es muy injusto. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario