miércoles, 22 de febrero de 2017

50 Sombras mas Oscuras reconciliación Fifty Shades Darker



Después de la conversación donde Christian le dice que quiere volver con ella y nada de contratos, ni reglas, ni castigos, todavía no han mantenido relaciones sexuales.
Van al apartamento de Ana, pero Christian no quiere tocarla sin que ella se lo pida y le explique que quiere que el le haga. 
Después de un rato de tira y afloja, los dos no pueden más y llega el polvo de reconciliación.
Esta vez, salvo algunos pequeños detalles, lo veo bastante fiel al libro. 
Con esos pequeños detalles me refiero a la felación que Ana le hace a Christian, no recuerdo que en las películas haya salido ninguna mientras que en los libros hay varias, parece ser que en el cine ese tema esta prohibido.
Como siempre, os dejo el vídeo y la escena del libro, para que podáis comparar.
A disfrutar.



—¿Así que vas a suplicar? —susurro, mirando audazmente sus ojos turbios. 
—No, Anastasia. —Menea la cabeza—. Nada de súplicas. 
Su voz es tenue y seductora. Y nos quedamos mirándonos el uno al otro, embebiéndonos el uno del otro… el ambiente se va cargando, casi saltan chispas, sin que ninguno diga nada, solo mirando. Me muerdo el labio cuando el deseo por ese hombre me domina con ánimo de venganza, incendia mi cuerpo, me roba el aliento, me inunda de cintura para abajo. Veo mis reacciones reflejadas en su semblante, en sus ojos. De golpe, me agarra por las caderas y me arrastra hacia él, mientras yo hundo las manos en su cabello y su boca me reclama. Me empuja contra la nevera, y oigo la vaga protesta de la hilera de botellas y tarros en el interior, mientras su lengua encuentra la mía. Yo jadeo en su boca, y una de sus manos me sujeta el pelo y me echa hacia atrás la cabeza mientras nos besamos salvajemente.
 —¿Qué quieres, Anastasia? —jadea. 
—A ti —gimo.
 —¿Dónde?
 —En la cama. 
Me suelta, me coge en brazos y me lleva deprisa y sin aparente esfuerzo a mi dormitorio. Me deja de pie junto a la cama, se inclina y enciende la luz de la mesita. Echa una ojeada rápida a la habitación y se apresura a correr las cortinas beis.
—¿Ahora qué? —dice en voz baja. 
—Hazme el amor. 
—¿Cómo? 
Madre mía.
 —Tienes que decírmelo, nena.
 Por Dios… 
—Desnúdame —digo ya jadeando.
 Él sonríe, mete el dedo índice en el escote de mi blusa y tira hacia él. 
—Buena chica —murmura, y sin apartar sus ardientes ojos de mí, empieza a desabrocharme despacio. 
Con cuidado, apoyo las manos en sus brazos para mantener el equilibrio. Él no protesta. Sus brazos son una zona segura. Cuando ha terminado con los botones, me saca la blusa por encima de los hombros, y yo le suelto para dejar que la prenda caiga al suelo. Él se inclina hasta la cintura de mis vaqueros, desabrocha el botón y baja la cremallera. 
—Dime lo que quieres, Anastasia. 
Le centellean los ojos. Separa los labios y respira entrecortadamente. 
—Bésame desde aquí hasta aquí —susurro deslizando un dedo desde la base de la oreja hasta la garganta.
 Él me aparta el pelo de esa línea de fuego y se inclina, dejando un rastro de besos suaves y cariñosos por el trazado de mi dedo, y luego de vuelta.
 —Mis vaqueros y las bragas —murmuro, y él, pegado a mi cuello, sonríe antes de dejarse caer de rodillas ante mí. Oh, me siento tan poderosa. 
Mete los pulgares en mis pantalones y me los quita con cuidado por las piernas junto con mis bragas. Yo doy un paso al lado para librarme de los zapatos y la ropa, de manera que me quedo solo con el sujetador. Él se para y alza la mirada expectante, pero no se levanta. 
—¿Ahora qué, Anastasia?
 —Bésame —musito. 
—¿Dónde? 
—Ya sabes dónde. 
—¿Dónde? 
Ah, es implacable. Avergonzada, señalo rápidamente la cúspide de mis muslos y él sonríe de par en par. Cierro los ojos, mortificada pero al mismo tiempo increíblemente excitada. —Oh, encantado —dice entre risas. Me besa y despliega la lengua, su lengua experta en dar placer. Yo gimo y me agarro a su cabello. Él no para, me rodea el clítoris con la lengua y me vuelve loca, una vez y otra, una vuelta y otra. Ahhh… solo hace… ¿cuánto? Oh…
 —Christian, por favor —suplico. 
No quiero correrme de pie. No tengo fuerzas.
—¿Por favor qué, Anastasia? 
—Hazme el amor. 
—Es lo que hago —susurra, exhalando suavemente en mi entrepierna. 
—No. Te quiero dentro de mí. 
—¿Estás segura? 
—Por favor. 
No ceja en su exquisita y dulce tortura. Gimo en voz alta.
 —Christian… por favor.
 Se levanta y me mira de arriba abajo, y en sus labios brilla la prueba de mi excitación. Es tan erótico…
 —¿Y bien? —pregunta.
 —¿Y bien, qué? —digo sin aliento y mirándole con un ansia febril. 
—Yo sigo vestido. 
Le miro boquiabierta y confundida. ¿Desnudarle? Sí, eso puedo hacerlo. Me acerco a su camisa y él da un paso atrás. 
—Ah, no —me riñe.
 Por Dios, quiere decir los vaqueros.
Uf… y eso me da una idea. La diosa que llevo dentro me aclama a gritos y me pongo de rodillas ante él. Con dedos temblorosos y bastante torpeza, le desabrocho el cinturón y la bragueta, después tiro de sus vaqueros y sus calzoncillos hacia abajo, y lo libero. Uau. Alzo la vista a través de las pestañas, y él me está mirando con… ¿qué? ¿Inquietud? ¿Asombro? ¿Sorpresa? Da un paso a un lado para zafarse de los pantalones, se quita los calcetines, y yo lo tomo en mi mano, y aprieto y tiro hacia atrás como él me ha enseñado. Gime y se tensa, respirando con dificultad entre los dientes apretados. Con mucho tiento, me meto su miembro en mi boca y chupo… fuerte. Mmm, sabe tan bien… 
—Ah. Ana… oh, despacio. 
Me coge la cabeza tiernamente, y yo le empujo más al fondo de mi boca, y junto los labios, tan fuerte como puedo, me cubro los dientes y chupo fuerte.
 —Joder —masculla. 
Oh, es un sonido agradable, sugerente y sexy, así que vuelvo a hacerlo, hundo la boca hasta el fondo y hago girar la lengua alrededor de la punta. Mmm… me siento como Afrodita. 
—Ana, ya basta. Para. 
Vuelvo a hacerlo (suplica, Grey, suplica), y otra vez. 
—Ana, ya has demostrado lo que querías —gruñe entre dientes—. No quiero correrme en tu boca.
Lo hago otra vez, y él se inclina, me agarra por los hombros, me pone en pie de golpe y me tira sobre la cama. Se quita la camisa por la cabeza, y luego, como un buen chico, se agacha para sacar un paquetito plateado del bolsillo de sus vaqueros tirados en el suelo. Está jadeando, como yo. 
—Quítate el sujetador —ordena. 
Me incorporo y hago lo que me dice. 
—Túmbate. Quiero mirarte. 
Me tumbo, y alzo la vista hacia él mientras saca el condón. Le deseo tanto. Me mira y se relame.
 —Eres preciosa, Anastasia Steele. 
Se inclina sobre la cama, y lentamente se arrastra sobre mí, besándome al hacerlo. Besa mis dos pechos y juguetea con mis pezones por turnos, mientras yo jadeo y me retuerzo debajo de él, pero no se detiene. No… Para. Te deseo. 
—Christian, por favor.
 —¿Por favor, qué? —murmura entre mis pechos.
 —Te quiero dentro de mí. 
—¿Ah, sí? 
—Por favor. 
Sin dejar de mirarme, me separa las piernas con las suyas y se mueve hasta quedar suspendido sobre mí. Sin apartar sus ojos de los míos, se hunde en mi interior con un ritmo deliciosamente lento. Cierro los ojos, deleitándome en la lentitud, en la sensación exquisita de su posesión, e instintivamente arqueo la pelvis para recibirle, para unirme a él, gimiendo en voz alta. Él se retira suavemente y vuelve a colmarme muy despacio. Mis dedos encuentran el camino hasta su pelo sedoso y rebelde, y él sigue moviéndose muy despacio, dentro y fuera una y otra vez.
 —Más rápido, Christian, más rápido… por favor. 
Baja la vista, me mira triunfante y me besa con dureza, y luego empieza a moverse de verdad —castigador, implacable… oh, Dios—, y sé que esto no durará mucho. Adopta un ritmo palpitante. Yo empiezo a acelerarme, mis piernas se tensan debajo de él. 
—Vamos, nena —gime—. Dámelo. 
Sus palabras son mi detonante, y estallo de forma escandalosa, arrolladora, en un millón de pedazos en torno a él, y él me sigue gritando mi nombre. 
—¡Ana! ¡Oh, joder, Ana! 
Se derrumba encima de mí, hundiendo la cabeza en mi cuello.

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